NOTA DEL AUTOR: En la última entrega del club de escritura, la premisa era la de escribir un relato de "despedida", de temática y extensión libre, pero con una condición: que fuera una despedida personal, algo verdadero; y esto es lo que sentí.
Ahora que el
último foco quedó en silencio.
Ahora que la
última nota al suelo cayó.
Ahora que el
escenario recuperó la consciencia y decidió romper el hechizo que nos unió;
ahora, es la hora de decir adiós.
Años de
disfrutar ruido, de golpearnos distorsión; años de digerir vatios y compartir
ensayos sobre la sordera. Años que acaban en un adiós.
Cada acorde
sudado, cada corchea sangrada, cada lágrima en Re menor, todo, todo acaba en un
adiós.
Funcionamos
como una sola unidad, como un solo ser. Nuestros latidos se coordinaron al
pulso de cada canción… frecuencia cardiaca en cuatro por cuatro; cada tendón de nuestro cuerpo se armonizó en
la nota perfecta, a 440 megahercios de afinación; y adiós.
Cuatro
alientos entre cuatro paredes. Ilusiones acolchadas.
Kilómetros y
kilómetros de música corriendo por los cables del amplificador, para nacer,
gritar, y al final, decir adiós.
Juntos
sentimos que España ardía bajo nuestras botas, y ahora todo parece un recuerdo
en mi cabeza.
Todo fue
único, impar, desde el primer sonido que escupió la cuerda de una guitarra
hasta el último eco de la última vibración que escapó de las tripas de un
timbal. Magia atrapada entre los cinco barrotes de una celda llamada
pentagrama, custodiada por un celador en clave de sol.
Y ahora todo
suena como un adiós, la partitura más desafinada que del local de ensayo salió.
Nunca
olvidaré aquel concierto a vuestro lado, ese aplauso compartido, toda la risa
regalada… nunca lo olvidaré.
Conjunto, grupo,
banda… es todo más sencillo que eso:
Primero
compañeros.
Luego
amigos.
Al final,
hermanos.
Hicimos de
la música un abrazo.
Siento mi
ausencia como una herida abierta, como un vacío, la espada y la pared de mi
vida. Un adiós que huele a despedida; pero que duele como si fuera una
traición, una huida.
No me
arrepiento de uno solo de los segundos que fui uno de vosotros. Y ahora que la
última nota suena como un adiós, tan sólo me invade el orgullo de saber que una
vez fui llamado “AK97”.
No hay palabras que envuelvan todo esto, no hay
premios de consolación, no hay discurso de despedida, solo un “gracias”,
hermanos, de corazón.