domingo, 13 de octubre de 2013

ELLOS

          NOTA DEL AUTOR: En este relato perteneciente al club de escritura, se buscaba un texto                     que tratase de un personaje (real o ficticio) y una historia sobre él. Tema y extensión libres.                       Esto es lo que salió 





Si estáis leyendo esto, querrá decir que estaré muerto, porque ELLOS me habrán encontrado.
Todo comenzó hace cinco meses.
¿Nunca os habéis fijado en los mendigos que piden en el metro, en iglesias, en las plazas de las ciudades…?
Yo sí.
Concretamente me fijé en uno, el que pedía en la puerta del supermercado, al final de la Calle Alfonso Peña, en el número 118. Aquel hombre me resultaba familiar, conocido. Apareció sin más, una mañana mientras me dirigía a por el coche para ir al trabajo, como una pieza más del mobiliario urbano.
Doce días arrojándole unos céntimos al cestillo hasta que, meditando mientras conducía, y haciendo un esfuerzo por empatizar con esta persona e intentando ponerme en su pellejo, estaba resuelto a pararme a hablar con él, ayudarle. No pararía hasta que ese buen hombre tuviera una vida digna (supongo que en un acto de limpieza de conciencia). Pero ya no estaba.
Pregunté a las dependientas del supermercado, pero de su mirada de estupor y consternación deduje que no sacaría nada. A la mañana siguiente, a un par de calles de distancia, encontré a otro indigente, recostado contra el quiosco de la plaza, y no dudé en saciar mi curiosidad. Le pregunté por el otro hombre, su edad, su nombre, me interesé por su pasado, por el motivo de su llegada hasta ese pozo que es la miseria. No obtuve muchas respuestas, sólo miradas de confusión y sorpresa, gruñidos farfullados y palabras inconexas que escapaban débilmente de su ebria boca. De entre todo aquello distinguí el nombre de Abel, el número 42 y algo que posiblemente fuera su trabajo “persianas y toldos”, en un lenguaje prácticamente indescifrable.
 Con estos datos acudí al comedor parroquial, al centro de “Cáritas”, al albergue de indigentes e incluso hablé con el párroco, y nada de nada, sólo miradas de preocupación y susurros a mis espaldas. Comencé a notar la extraña sensación de sentirse observado, corroborado por un escalofrío desagradable que recorría mi columna. 
Al salir del último comedor social, en la otra punta de la ciudad, uno de sus “clientes” me interceptó; era el mismo vagabundo del quiosco, y yo sabía que me estaba siguiendo. Me retuvo, increpándome por mi desquiciada búsqueda de Abel, por mi fijación enfermiza. Le contesté que simplemente era un acto de caridad y el me lanzó una mirada inquisitiva y un puñado de roncas palabras: “por qué no nos haces un favor a los dos y dejas de comportarte de esta manera, me asustas. Para ya de actuar como un puto desequilibrado joder.”
Todo era muy extraño: ¿Por qué me seguía?, ¿por qué hablaba como si me conociera?, ¿Acaso nos habíamos visto antes?, ¿Quizá antes de convertirse en un residuo social compartiéramos vestuario en el club de golf?, ¿Qué había hecho con Abel?
Demasiadas preguntas sin respuesta. No me dejó opción y decidí seguirle yo a él.
Al anochecer, tras unas horas limosneando en la puerta de la iglesia de Nuestra Señora de Fátima, me condujo hasta un bloque de viviendas viejo y medio en ruinas, allá a las afueras, en el descampado que queda pasadas las vías del tren. Me intrigó su andar, más fluido que durante sus horas de “trabajo”. Abrió la puerta de la casa y la cerró tras de sí. A los pocos segundos, mientras yo andaba jugando a los espías, parapetado por unos palés y la oscuridad de la noche, aparecieron dos mendigos más. Andaban erráticos, encorvados, y deambulantes, con las voces rotas y borrachas, pero que al girar la esquina y pocos metros antes de entrar en la casa, se tornaron erguidos, y sobrios. Sin salir de mi asombro observe este suceso en cinco ocasiones más en un breve espacio de tiempo. No entendía lo que sucedía, pero quería saberlo. ¿Cómo esas personas pasaban de un estado lamentable a un estado de lo más común?, ¿por qué fingían borrachera y andares?, ¿Qué ocurría en aquella casa?
La curiosidad ganó la batalla a mi cordura y tuve que entrar. Supuse que si lo hacía con la ropa que llevaba puesta, la cosa se podría poner peligrosa, así que recogí cuatro harapos del contenedor que había cerca de la entrada, me atavié como uno de ellos y entré.
Un amplio vestíbulo destartalado mostraba dos salas vacías, y unas escaleras descendentes que acababan en una puerta cerrada. Al no encontrar a nadie supuse que todos tomaban las escaleras hacía la puerta.  Bajé los cinco peldaños, abrí, y resultó ser la puerta de un montacargas. Apreté el botón verde, y el descenso en aquel elevador me pareció una interminable bajada a los infiernos de la oscuridad. Una vez se detuvo, se abrieron las puertas, y ante mis ojos apareció la mayor ciudad subterránea que jamás se haya visto. Una gran avenida, que se extendía más allá de donde alcanzaba la vista. A los laterales, construcciones acristaladas a modo de gigantescos panales de abeja. Una especie de tranvías autónomos iban y venían incesantemente sobre raíles brillantes. Vagabundos, o los que en la superficie ejercían de vagabundos, entraban y salían de esos “autobuses” para subirse a plataformas elevadoras que les dejaban en las celdas de los titánicos enjambres… pero no, eso no eran vagabundos, sólo era un disfraz para salir a la superficie, de hecho ya ni siquiera parecían humanos…
Permanecí allí, infiltrado, escondido, investigando, durante cuatro largos meses. Y descubrí la mayor de las corporaciones conocidas de la historia. Descubrí a ELLOS.
¿Os habéis fijado que los mendigos nunca están mucho tiempo en un sitio?, seguro que el vagabundo que hoy está en la puerta de una iglesia, en un puñado de semanas desaparece, y al poco tiempo aparece otro diferente… ¡rotan de puestos, nos espían! A todos.
Se dedican a observar nuestros movimientos, husmean en nuestras basuras, conocen nuestros gustos, costumbres, rutinas, horarios: Saben lo que comemos y cuando comemos, la frecuencia con la que hacemos el amor y con quién, donde trabajamos y cuánto trabajamos, dónde estuvimos de vacaciones, las veces que orinamos… ¡TODO!, lo saben todo de nosotros. Espías a la luz del sol, ante los ojos del mundo, y a la vez desapercibidos para todos… la tapadera perfecta. Saben cómo, cuándo y dónde hacernos daño; poseernos.
¿Cómo los reclutan?: empresarios o parados, padres de familia o solteros convencidos, personas acomodadas o pobres diablos, cualquiera puede ser su objetivo. Te vigilan, te conocen, y comienzan a actuar, a alterar tu vida y minarla. Pierdes el trabajo de la noche a la mañana, tu mujer y tus hijos te abandonan sin motivo aparente, tus amigos y tu entorno se distancian hasta perderte completamente de vista. En pocos días te encuentras viviendo en la calle, y allí eres captado; y te llevan al enjambre, y allí eres poseído (mentalmente absorbido). Al salir, ya solo eres una cámara espía con forma de humano desarrapado, un muerto que anda y respira. Y trabajas para ellos. Y al final de un día observando desde la puerta de una estación de metro, bajas al enjambre para volcar inconscientemente los datos de tu cerebro en sus bases de datos, en las máquinas creadas por ELLOS.
¿Quiénes son?: Una organización secreta a escala mundial. ¿Su objetivo?: estudiar las costumbres de los seres humanos, conocerlos, y con ello, poseerlos, controlarlos. Tiene datos de mercado que ninguna empresa de sondeos soñaría poseer, con datos reales y objetivos. Pueden manipular nuestro comportamiento dirigiendo nuestros hábitos. Con toda esta información pueden provocar una oleada de gripe para fomentar el consumo de un determinado medicamento; pueden focalizar nuestras costumbres y aumentar el deseo de hacer deporte, o disminuirlo, o provocar que comamos compulsivamente, o hagamos dietas. Pueden reconducirnos para que aceptemos una medida gubernamental negligente, o provocar una revolución por ello. Todo está orquestado por ELLOS. Creemos que decidimos cada uno de nuestros pasos, pero no es así, ¡estamos alienados, nos rigen inconscientemente! 
Pero ELLOS me han descubierto, y viene a por mí. Son muchos, miles, en cada ciudad, en cada país, en cada continente, están por todas partes, son comunidades organizadas. Cada indigente me vigila y les informa. Y me han encontrado. No me queda mucho tiempo.
Si estáis leyendo esto, querrá decir que estaré muerto…, y seré uno más, vagabundeando, entre vosotros.




Clínica Universidad de Navarra.
Departamento de psiquiatría y psicología médica
Expediente B-46567-TXD3
Nº de registro: 346756957
Nombre: Abel Reudaregui Allanez
Edad: entre 40 y 50 años
Estado civil: desconocido
Fecha de ingreso: 26/03/81

Exploración: El paciente es hallado por la policía local en una vieja casa derruida tras ser avisados por otro mendigo. Se encuentra en un estado grave de alteración de consciencia. Presenta un comportamiento confuso y agitado, y da muestras evidentes de imposibilidad de discernir entre realidad y ficción. El paciente, Abel, sostiene que los vagabundos están siendo abducidos mentalmente y forman parte de una organización secreta, bajo tierra, que dirige en las sombras nuestra civilización. Las primeras valoraciones son coincidentes con la sintomatología propia de la esquizofrenia paranoide. Los resultados de la prueba analítica son positivos así como…

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